domingo, 14 de abril de 2019

Carta de Manu en la que me habla de sus sensaciones al reencontrarse con su barco, el Prometeo II


Siempre que hablamos de un barco de metal, las conversaciones se suelen centrar en el desplazamiento, la facilidad de reparación, en la robustez o la posibilidad de diseñarlo a la carta.

Cuando comentas el enorme confort que supone la ausencia de humedad, la gente que no ha disfrutado de un barco de metal, no se puede imaginar a que te refieres. 

Cuando hice transporte he probado muchos barcos. De crucero, o de regata, de desplazamiento o muy rápidos y ligeros. El problema del transporte es que siempre te los encargan “ cuesta arriba”. Parece una tontería porque en el mar no hay cuestas, pero es una manera de expresar que nadie te encarga que le muevas el barco para hacer una navegación agradable, normalmente lo hacen cuando acaba la temporada, con viento de proa y mal tiempo. 

En esas circunstancias, sabía muy bien la diferencia entre un barco robusto y capaz de ganar barlovento en comparación con el último pepino que acababa de participar en la copa del Rey. No solo el hecho de que este último estaba pensado para ser tripulado por un buen puñado de jóvenes voluntariosos y bien alimentados y el transporte se hacía en solitario o como mucho a dos, sin piloto Automatico y sin capota. Sin apenas motor y pegando pantocazos como una pandereta cuando el mar se venía a la nariz.

Pero apenas entraba en puerto para disfrutar se su confort y si lo hacía era lo mínimo imprescindible porque el tiempo era escaso y el transporte no era mi medio de vida, solo un paréntesis de mi otra ocupación de autónomo que no come si no factura. 

Se ventilaba al Llegar a puerto porque el tiempo no permitía abrir ni siquiera la entrada que por seguridad permanecía cerrada aunque solo fuera la tabla inferior. Lluvia y mal tiempo eran la constante y al Llegar a casa toda la ropa - incluido el saco de dormir se metía en la lavadora sin que después de varios lavados, se pudiera sacar el olor mezcla de gasoil y humedad que impregnaba todo.  
Ese olor característico que tenían siempre los barcos y que hacía que mi mujer inmediatamente se diera cuanta que había estado abordo, aunque solo fuera para recoger una herramienta. 

Había movido barcos de acero, pero no había experimentado como ahora la sensación de dejarlo cerrado y volver después de varias semanas. 

Cuando se empezaron a poner de moda los deshumificadores, la gente los tiene día y noche dale que te pego. Yo no tengo deshumificador y no me hace falta para nada. 

El barco está en un rio en donde se condensa mucha humedad, de hecho por las noches parece que la niebla se pega al cauce generando un ambiente fantasmagórico. 

Perfecto para tener humedad, pero llegamos por la noche después de varias semanas de invierno y está todo seco y limpio tal como lo dejamos al marchar.

Sorprende porque la ropa de cama está seca - las primeras veces siempre traíamos una de repuesto. - Las colchonetas, las toallas huelen a limpio y hay polvo en la sentina . 

Desde que montė la nueva caja de orza y fuimos eliminando todas las fugas que dejaba algún manguito que quedó mal apretado en el proceso de reforma, el barco está tan seco como el interior de una caja fuerte. 

Sin duda esto es una sorpresa para nosotros y es algo al que se le da poca importancia pues siempre se priorizan otros valores ( o críticas ) al acero y el aluminio. 

Solo quien ha tenido que gestionar - no solo mover - barcos de todo tipo como tú y Charo lo puede percibir. La explicación es lo difícil que es hacer encajar piezas que son flexibles entre sí sometidas a grandes tensiones. Los portillos con la cubierta La dos piezas de la cubierta y la carena entre sí unidad por una regala atornillada. Los cadenotes que traspasan la cubierta a diferencia de ir soldados. 

 ¿ Quien lo diría ? Es fácil de entender, pero hay que experimentarlo para darse cuenta de lo que te he escuchado muchas veces y no hacía considerado como se merece.